Una escapada entre el mar azul y el cielo gris encrespado de Cantabria

By Angelica - 08 diciembre

Tras una larga pausa de tres meses, he vuelto para contarles sobre nuestro viaje a Cantabria.

Iniciamos nuestra aventura en Santander, como veníamos de San Sebastián, la idea era echar un vistazo en la capital cántabra y hacer noche en el precioso pueblo de Santillana del Mar. 


Santander nos recibió con su enorme bahía, un cielo gris infinito, sus calles elegantes y un tinte señorial. Llegamos a la hora de la comida y habíamos reservado en el restaurante Vors, uno de los sitios recomendados por Esteban. Saboreamos unos inesperados mejillones con chistorras endiabladas, un tataki de bonito sobre escalibada y ensalada de alga wakame y unos raviolis de merluza rellenos de langostino con salsa de cigalas. Acompañamos con un vino delicado y generoso de la Sierra Cantábrica y de postre, pedimos fuera de carta un sorbete de mojito con fresas silvestres. Nos atendió Chisco, un camarero singular y disfrutamos de la terraza, aunque el restaurante tiene diferentes ambientes y todos parecen sensacionales. La experiencia nos costó 70,40€.



Mejillones con chistorras
Tataki de bonito
Raviolis de merluza
Sorbete de mojito

Cruzamos la calle y caminamos desde Puerto Chico hasta el Palacio Real de la Magdalena, un agradable paseo de unos 35 minutos. Tomamos el tour en el trencito para conocer el edificio más emblemático de la ciudad, con sus 
vistas del mar, sus jardines y mini estatuas de madera y su mini-zoo con focas y leones marinos. De allí, regresamos en taxi para buscar el coche y recorrer el paseo marítimo desde Playa de la Concha hasta la Ensenada del Sardinero. 


Puerto Chico en Santander
Playas de Santander
Vistas desde el Palacio Real de la Magdalena
Vistas desde el Palacio Real de la Magdalena
Palacio Real de la Magdalena
Palacio Real de la Magdalena
Vistas desde El Sardinero

De vuelta al centro, descubrimos los alrededores de la Catedral y buscamos la c
alle Daoíz y Velarde para darnos un gusto en la Chocolatería Áliva, que minutos más tarde ocuparía una nueva posición en mi top tres de churrerías con la San Ginés en Madrid y El Moro en Ciudad de México. Nos atendió Pepe en la barra y nos habló de su tradición de más de 50 años, nos mostró el funcionamiento de la máquina de hacer churros, su corte y definición a la perfección y nos dijo que su secreto son los ingredientes de primera calidad que utiliza en su preparación. Como dato curioso, nos contó que el propio dueño de la churrería San Ginés los visitó de incógnita con su familia para probar los mejores churros de Santander (y quizás de España).



Churros en Chocolatería Áliva

Antes de emprender nuestro trayecto a Santillana del Marfotografiamos a "los raqueros", el monumento en tamaño real que evoca a los niños de la calle que se tiraban al mar para sacar las monedas que tripulantes o visitantes arrojaban al agua desde los muelles y así ganarse la vida.



Santander
Los Raqueros
Sede principal del Banco Santander
Aunque Pía me había dado algunos tips sobre la "villa de las tres mentiras" (ya que "ni es santa, ni llana, ni tiene mar"), jamás imaginamos que Santillana sería tan turística y encantadora. 


Plaza Mayor en Santillana del Mar, de noche

Esa noche había un evento en la Plaza Mayor y nos costó conseguir aparcamiento en la entrada del pueblo. Sus calles adoquinadas, fachadas y tiendecillas nos atraparon de camino al hotel. Reservamos en el antiguo Palacio de Valdielso (Hotel Altamira), reconstruido en el siglo XIX aunque su origen data del siglo XVI. Nos pareció acogedor y misterioso, tiene un amplio restaurante y aunque sólo probamos el desayuno incluido en la tarifa del hospedaje, es una muy buena opción para pasar la noche.



Vista desde nuestra habitación en el Hotel Altamira

Dimos una vuelta para cenar y decidimos comer en el Restaurante La Villa con un trato cercano y amable. Pedimos el menú con primero, segundo, postre y bebida por 16,50€ por persona. Así probamos la pasta con anchoas de Santoña, la sopa de mariscos, el confit de pato con patatas, un plato de pescado con wakame, arroz con leche de postre y un par de copas de vino de la casa.



Pasta con anchoas de Santoña

La mañana siguiente, nos alistamos temprano para nuestra visita obligada a la Neocueva de Altamira, la "capilla sixtina del arte rupestre". A dos kilómetros de la villa, Altamira es una de las referencias del primer arte de la humanidad en Europa. El "caballo rampante", el "bisonte recostado", la cierva, la "cabra salvaje", son tan sólo algunos de los signos grabados sobre las rocas con carbón y ocre rojo hace al menos 14.500 años. Impresionante, ¿no? Y aunque para mitigar riesgos debido a su fragilidad, la cueva permanece cerrada al público en general, cada semana se realiza una selección aleatoria de cinco personas que podrán realizar un recorrido de 37 minutos de duración "bajo un estricto protocolo de indumentaria e iluminación". Como dato curioso, los sábados a partir de las 14 horas y los domingos todo el día, la entrada es gratuita.



Entre la villa y la Neocueva

Plaza Mayor en Santillana del Mar, de día
Callejuela de Santillana del Mar
Colegiata románica de Santa Juliana

Volvimos a la villa, nos dejamos cautivar por el encanto del pueblo bajo la luz del sol, compramos sobaos pasiegos para llevar y emprendimos nuestro camino a San Vicente de la Barquera, "una de las más conocidas y bellas estampas de toda la Cornisa Cantábrica". N
os sorprendió un divertido mercado medieval donde personajes mitológicos, obradores y artesanos nos esperaban a los pies del Castillo del Rey.



San Vicente de la Barquera
Mercado medieval en San Vicente de la Barquera
Mercado Medieval en San Vicente de la Barquera

Tras recorrer sus calles empinadas y dar una vuelta por esta bonita villa pesquera, nos dirigimos por la vía de la costa central a Suances. El principal atractivo de este pueblo son sus playas y acantilados, también su gastronomía. Así que visitamos el restaurante El Marinero con sus "sabores y peces de colores". Sus "arroces famosos en el mundo entero" y "pescados de la lonja de Suances", su enorme pizarra y su ambiente elegante y a la vez ocurrente, nos cautivaron a la primera. Pedimos un carpaccio de gambas de muerte lenta, un arroz de carabineros con sus colas salteadas y como perfecto acompañante, un vino albariño de sabor fresco y afrutado. No quedó espacio para el postre. Pagamos 58,10€. Tal vez mejoraría el servicio, la comida estuvo excelente.



Camino a Suances
Playa de Suances


Carpaccio de gambas
Arroz de carabineros

Aprovechando que el vuelo de regreso a Málaga embarcaba cerca de las 21 horas, decidimos hacer una parada en Castro Urdiales ya que aunque está enclavado en la zona de costa más oriental de Cantabria, queda a tan sólo 30 minutos del aeropuerto de Bilbao.



Iglesia de Santa María de la Asunción
Castro Urdiales
"Escaleras al cielo"
Castro Urdiales

Con su imponente iglesia gótica de Santa María de la Asunción, el Castillo-faro, la Ermita de Santa Ana, su Puebla Vieja y el puente de piedra, ofrece unas vistas de postal. Finalmente, nos comimos un helado en la tradicional heladería Regma y con suficiente holgura, nos marchamos al aeropuerto con muy buenos recuerdos y ganas de volver.

  • Share:

0 comentarios